Hace 4.500 años, los egipcios situaban la sede de nuestras emociones en nuestro sistema digestivo. En el Papiro Smith, por ejemplo, puede leerse que el estómago constituye la desembocadura del corazón, el órgano "donde se localizan el pensamiento y el sentimiento".
En todas las culturas antiguas y modernas se ha tenido la
conciencia, al menos popular, de que nuestras tripas son capaces de
experimentar emociones.
Al recibir una buena noticia, un cosquilleo placentero invade la
barriga, como si en su interior revolotearan miles de mariposas. Por el
contrario, las situaciones de tensión, miedo o aflicción hacen que el estómago
se encoja y sintamos como si un roedor escarbase en nuestras entrañas. La
repulsión hacia algo o alguien puede llegar a producir náuseas e incluso
provocar el vómito.
Hace años que los científicos han descubierto que poseemos dos cerebros en nuestro cuerpo, uno dentro del cráneo, y otro dentro de la cavidad abdominal. A lo largo de todo el tracto digestivo tenemos ¡más de 100 millones de neuronas, casi la misma cantidad que en la medula espinal!
Antes, se pensaba que era solo un tubo hueco con reflejos simples, pero se comprobó que existía un impresionante trazado de fibras nerviosas que recorren desde el esófago hasta el ano.
Más que conexiones
El sistema digestivo y el cerebro, definitivamente están muy conectados. Muchos doctores se han dado cuenta de que al recetar ciertos medicamentos para tratar la ansiedad, el insomnio y el estrés, también ejercen efectos positivos sobre la digestión.
Muchas veces hemos sentido una conexión entre el sistema digestivo y el cerebro. Cuando nos enfrentamos a una prueba, examen o entrevistas de trabajo sentimos náuseas o incluso diarreas. En otras ocasiones se nos quita el apetito ante un problema o frente a situaciones de estrés. Esas veces pareciera que pensáramos con el estómago. ¿Es acaso nuestro sistema digestivo un segundo cerebro?
Cuando tenemos el estómago vacío, nuestro cuerpo está en un estado de comportamiento más agresivo. Pareciera esto estar motivado porque el triptófano, que incorporamos a nuestro cuerpo con la alimentación, que es la sustancia que se encarga de producir la serotonina que controla nuestras emociones a nivel cerebral, por lo que los bajos niveles de uno y de otro ocasionan que estemos de mal carácter. Como el hecho de comer supone introducir posibles agentes patógenos a nuestro organismo, El Sistema Nervioso Entérico se encarga de estar alerta, dando instrucciones al cerebro para que provoque vómito si detecta sustancias que pueden hacernos daño o provocando una diarrea en caso de pequeñas intoxicaciones.
Evidentemente, nuestro sistema digestivo no tiene la capacidad de pensar, pero curiosamente hay una conexión real, que es toda esta red de millones de neuronas del Sistema Nervioso Entérico, que funciona de modo autónomo y es responsable de muchas funciones automáticas de nuestro cuerpo.
¿Segundo cerebro?
Nuestro cerebro está tan íntimamente ligado con el sistema digestivo, hasta el punto de considerarse, en forma figurada, que tenemos un segundo cerebro situado en él. Este cerebro abdominal tendría dos funciones: por un lado, supervisar todo el proceso digestivo, desde los movimientos peristálticos, la secreción de jugos digestivos ( gástrico, biliar, pancreático), la absorción y transporte de nutrientes, y la eliminación de los productos de deshecho; y por otro, colabora con el sistema inmune en la defensa del organismo.
Uno de los últimos descubrimientos llevados a cabo hace unos meses por científicos de la Universidad de Harvard en torno a la relación entre el cerebro y el sistema digestivo fue, que bajo dietas determinadas, los microbios de nuestros intestinos generan pequeñas moléculas que viajan hasta el cerebro, donde actúan sobre los astrocitos, bloqueando los procesos de inflamación y previniendo la neurodegeneración que lleva al padecimiento de enfermedades tan terribles como el Alzhaimer.
Escuchando a nuestro abdomen
En todas nuestras culturas está la idea que un trastorno o una emoción intensamente vivida durante largo tiempo, se podría somatizar originando problemas viscerales, como el colon irritable o úlceras de estómago. Pongámosle oído a nuestras entrañas porque es un lugar de expresión activa de nuestra actitudes emocionales que nos enfrenta la vida diaria.
La ansiedad, el estrés, la neurosis, pueden alterar durante largo tiempo la producción de ácido clorhídrico en el estómago, el sistema inmune, la microflora, los procesos enzimáticos digestivos, y todo ello, sin grandes cambios anatómicos pero si con sensaciones de dolor, malestar, hinchazón abdominal, reflujos gástricos, diarreas, entre otros. Todos ellos son el lenguaje en el que se expresa en sistema digestivo. Aprendamos a escucharlo para poder corregir aquellos hábitos que pueden estar causándonos daño. Si no prestamos atención a estas alarmas, puede que un día los tejidos no sean capaces de resistir tales agresiones , y se desarrolle una lesión de atención médica.
Tu intestino es tu mejor amigo en la temporada de resfríos y gripe
Tu intestino no sólo tiene muchas de las células cerebrales, sino también el 70% de las células inmunes y estas se presentan en forma de tejido linfoide asociado al intestino, o TLAI, que desempeña un papel en la defensa, matando y expulsando a los invasores que producen enfermedades. El TLAI y tu micobioma intestinal (que son los billones de bacterias que viven como un inmenso universo microbiano en tu intestino) trabajan duro para combatir las enfermedades. Es una gran razón para tener cuidado con el uso de los antibióticos, ya que estos acaban las bacterias beneficiosas junto con las malas
Nuevas investigaciones muestras vínculos con el autismo
En nueve de cada diez casos, las personas autistas tienen en común desequilibrios intestinales como el síndrome de intestino permeable, el síndrome del intestino irritable y menos cepas de bacterias "buenas". Investigaciones están buscando posibles tratamientos de algunos de los trastornos conductuales del autismo por equilibrio de bacterias en los intestinos, aunque advierten que estos tratamientos no pueden producir una cura para el autismo.
Cuidando nuestra dieta
Una buena manera de mantener en forma nuestro "cerebro intestinal", sería a través de una alimentación equilibrada en nutrientes, y formada por alimentos de fácil digestión, absorción y eliminación de desechos. Además, acompañado de hábitos sanos a la hora de comer: Tomarse el tiempo para comer en forma relajada, masticando suficiente, degustando sabores, texturas, no "comer mientras tanto..." y no realizar actividades simultáneas, como ver televisión, leer, o peor aún, mientras trabajas.
¡Si tratamos bien a nuestro sistema digestivo, el nos responderá bien, proporcionándonos un buen suministro de energía, vitalidad y optimismo!
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